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- Qué alegría, vivir
 - sintiéndose vivido.
 - Rendirse
 - a la gran certidumbre, oscuramente,
 - de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
 - me está viviendo. 
 - Que cuando los espejos, los espías,
 - azogues, almas cortas, aseguran
 - que estoy aquí, yo, inmóvil,
 - con los ojos cerrados y los labios,
 - negándome al amor 
 - de la luz, de la flor y de los nombres,
 - la verdad trasvisible es que camino
 - sin mis pasos, con otros, 
 - allá lejos, y allí
 - estoy besando flores, luces, hablo. 
 - Que hay otro ser por el que miro el mundo
 - porque me está queriendo con sus ojos.
 - Que hay otra voz con la que digo cosas
 - no sospechadas por mi gran silencio;
 - y es que también me quiere con su voz. 
 - La vida -¡qué transporte ya!- ignorancia 
 - de lo que son mis actos, que ella hace, 
 - en que ella vive, doble, suya y mía.
 - y cuando ella me hable
 - de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
 - recordaré
 - estrellas que no vi, que ella miraba,
 - y nieve que nevaba allá en su cielo.
 - Con la extraña delicia de acordarse 
 - de haber tocado lo que no toqué
 - sino con esas manos que no alcanzo
 - a coger con las mías, tan distantes.
 - Y todo enajenado podrá el cuerpo 
 - descansar, quieto, muerto ya. Morirse
 - en la alta confianza 
 - de que este vivir mío no era sólo 
 - mi vivir: era el nuestro. Y que me vive 
 - otro ser por detrás de la no muerte. 
  
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