Una noche soñé que era Pablo Neruda.
Estaba en una playa
y oí en mi corazón segundos rojos,
vi en el cuarzo una suma de erizos y tormentas,
vi en la gaviota un cruce del vértigo y la nieve.
Todo era tan real.
Un clavel era el ojo de quien mira un incendio.
La escarcha era una lluvia de cúpulas deshechas.
Los destellos del oro,
avispas que volaban en torno a su panal.
Yo fui Pablo Neruda,
compré diamantes en las fruterías,
domaba diccionarios con un látigo verde
y cavé un túnel que iba del pan a las banderas.
Tú venías a mí
como septiembre acude a las manzanas.
Cuando me desperté,
la sombra de los árboles
le ponía a la luz sus negras herraduras.
Cuando me desperté
no quedaban ni viento ni banderas y te había perdido.
A veces
es tan triste no ser Pablo Neruda
y que la noche sea nada más que la noche
y el día, sólo el día.
no quedaban ni viento ni banderas y te había perdido.
A veces
es tan triste no ser Pablo Neruda
y que la noche sea nada más que la noche
y el día, sólo el día.
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