¡Qué olvidado el espejo, sí, el espejo,
en donde nos miramos una tarde
con nuestras caras juntas,
tan semejantes a los dos soñados,
que un deseo común nos subió al alma!:
no salir nunca de él, allí quedarnos,
igual que en una tumba,
mas tumba de vivir,
tumba clara, de azogue
donde dos seres vivos que la buscan,
la eternidad alcanzan de los muertos.
Tú te marchaste de él: era mi vida.
Y mientras yo contemplo en su vacío
poblado de fantasmas de reflejos,
la soledad que es siempre
mi cara si la veo sin la tuya,
tú, antes de ir a algún baile,
en otro espejo, sola, te miras a ti misma
con los ojos que un día prometieron
que sólo te verías en los míos.
(De Largo Lamento)
Pedro Salinas
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